lunes, 28 de mayo de 2007

Trastadas post-mortem

Desde hace tiempo se está convirtiendo en una moda lo de profanar la memoria de los muertos, sobre todo si éstos son ricos y famosos, muchas veces, por no decir siempre, con la única finalidad de aprovecharse del difunto y sacarse unos eurillos a su cuenta. Pero ya, cuando además de la memoria, los ingresos se obtienen de las propias reliquias del cadáver la cosa, además del morbo, raya lo macabro y da incluso hasta miedo pensar la cantidad de gente rara que anda por ahí suelta.

Si por todos es conocida la fama de conquistador e incansable amante que rodeaba al emperador Napoleón, lo que yo desconocía era el final que el clérigo Vignali, uno de sus más radicales enemigos, le dio al cuerpo del emperador una vez muerto, y más concretamente a su pene. Además de enemigo, el clérigo debía ser algo envidiosillo y rencoroso de la vida amorosa de Napoleón y está claro que llevaba fatal lo de los hábitos y el voto de castidad, porque el monje le cortó el pene, pequeño por cierto, e intentó sin reparos desvirtuar su potencia sexual.

Pero una cosa es la historia, y la importancia que en la época de su muerte se concedía a las reliquias de personajes famosos, y otra muy distinta es que en el siglo actual existan coleccionistas de determinados “miembros” de esa historia. Tras la batalla de Waterloo, las posesiones o los pedazos que quedaban de Napoleón, además del pene había también trozos intestinales, fueron expuestos en varias localidades de Inglaterra, pero durante la Segunda Guerra Mundial lo que quedaba de los intestinos, propiedad del Museo del Colegio de Cirujanos, fue destruido por un bombardeo mientras que el pene se conservó intacto.

Desde entonces, el miembro del famoso emperador, que estuvo mucho tiempo en manos de la familia Vignali, ha pasado de mano en mano. En 1999 fue adquirido en una subasta por John Lattimer, un urólogo americano coleccionista de reliquias algo macabras, por la módica cifra de 4.000 dólares, quien desveló que “el tamaño era de 4 centímetros y que en erección podría alcanzar hasta los 6”.

Bueno, pues Lattimer ha muerto hace unos días y todavía se desconoce si el gusano del emperador va a formar parte de su macabra herencia y si sus herederos van a seguir con la tradición de mantenerlo en las vitrinas o van a volver a darle salida en alguna importante subasta a un precio de escándalo.

La información sobre los atributos de Bonaparte, además de darle gusto a los que presumen de la calidad por encima de la cantidad, ha vuelto a reabrir la polémica sobre la profanación de la intimidad de los muertos.

Para avivar la polémica, y cambiando de tercio en la historia, próximamente sale a la venta por unos 2.000 dólares la publicación del último libro sobre Lady Di “Un vestido para Diana”. El libro escrito por los diseñadores de su vestido de novia y en el que relatan todos los entresijos de cómo se realizó el famoso vestido, que Lady Di vistió en 1981 en su boda con el príncipe Carlos de Inglaterra, justifica su desorbitado precio porque se vende junto con un trozo de la seda de color marfil con la que estaba confeccionada la prenda.


La polémica estará servida y derrochará ríos de tinta y programas de televisión debatiendo sobre la intimidad de los personajes, pero lo único que está claro en estas trastadas post-mortem es que son un negocio como cualquier otro, algo macabro, pero negocio al fin y al cabo.

Marg

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