jueves, 29 de marzo de 2007

Premios en las vitrinas

El arquitecto británico Richard Rogers, autor de iconos como el Centro Pompidou de París (1977) y de importan-tes hitos en España, entre ellos la T-4 de Barajas, consiguió ayer el Premio Pritzker de arquitectura”, uno de los reconocimientos más importantes que un arquitecto espera conseguir por su obra ya que está considerado como el “Nóbel de la arquitectura” y el premio en cuestión tiene como propósito galardonar a un arquitecto vivo cuyo trabajo demuestre “una combinación de talento, visión y de la realización con contribuciones constantes y significativas a la humanidad y al ambiente”.

He estado leyendo la historia de Rogers y desde luego no deja de sorprender lo prolífica de su obra y la imparable carrera profesional que le ha llevado a convertirse en el asesor en cuestiones urbanísticas de Tony Blair, del alcalde de Londres y del Ayuntamiento de Barcelona, además de conseguir un reconocimiento en todo el mundo y por tanto el citado premio y otros muchos que condecoran su vida profesional.

Toda su obra, desde el Centro Pompidou de Paris, el edificio de oficinas Lloyd's en la City londinense, el Parlamento de Gales en Cardiff, la Corte de Justicia de Amberes, rascacielos en Londres y en Manhattan, la Terminal 5 en Heathrow y la T-4 en Barajas” son fruto de su defensa del potencial de la ciudad como catalizador del cambio social”.

Además del Pritzker que le han concedido a Rogers, su madrileña T-4 también ha recibido otros reconocimientos como el premio 'Stirling' de arquitectura, el más importante en su género de Reino Unido.


Todo esto está muy bien para el artista y para su obra y sobre todo para la ciudad que alberga las famosísimas obras ya que aumenta su impulso cultural y favorece su imagen de ciudad moderna posiblemente atrayendo turismo y negocio. Pero, ¿qué ocurre con los usuarios que día a día se ven obligados a hacer uso de los famosos iconos de la arquitectura? ¿Quién se preocupa por ellos?

Por suerte o por desgracia me he pasado muchas horas en la T4 de Madrid con tiempo suficiente para deleitarme con la monumental obra de Rogers, pero realmente me cuesta ver su contribución a la humanidad y al ambiente.

Dejando aparte los aspectos artísticos y yendo a lo práctico, la T4 es un nido de suciedad, donde el polvo se acumula en las descomunales estructuras que la forman y que nadie podrá jamás quitar, los servicios de limpieza no ven el final a mantener limpias las inmensas cristaleras, los pájaros se cuelan por alguna ranura y revolotean por la Terminal sin encontrar la salida, las caminatas en busca de tu puerta de embarque son interminables para dos piernas sanas, no quiero pensar en los que se muevan en silla de ruedas o tengan problemas de cadera y por algún extraño fenómeno, las maletas que entran en la T4 nunca llegan a su destino. Eso, por abreviar.

De nuevo algunas obras de arte, como pasa con algunos anuncios de publicidad, se hacen para acumular premios en las vitrinas y no para facilitar la vida del triste ciudadano obligado a hacer uso de ellas. Igual es una visión muy simplista del arte pero para mi el objetivo de la arquitectura en las ciudades es otro muy diferente.
O a lo mejor, cuando Rogers habla de que su obra es fruto de su empeño por hacer de la ciudad un catalizador del cambio social, es que el cambio está por llegar. De momento, ya tiene un premio más para su vitrina.

Marg

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