Decía mi profesor de arte que el Arte debe estar en la calle para poder tocarlo, chocarte con él y hacerlo accesible a todo el mundo sin distinción. Veintitantos años después, ese principio de echar el arte a la calle está más vigente que nunca, en un intento desesperado por rogar a la gente que visite los museos de la ciudad.
Esto es lo que acaba de hacer la National Gallery de Londres al repartir 44 réplicas de sus obras más famosas por toda la ciudad, para animar a los londinenses a acercarse al museo y contemplar las auténticas joyas que guarda en sus salas.
Las calles de Londres se han convertido así en una gigantesca galería de arte al aire libre, donde es posible encontrar las conocidas obras de Botticello, Rubens, Van Gogh, Monet, da Vinci o incluso Velázquez, en su tamaño original, y en los lugares más insospechados, entre los miles de bares, pubs, teatros, restaurantes y tiendas de cualquiera de los clásicos barrios londinenses como el Soho, Convent Garden o Chinatown.
La idea parecía buena y resultan curiosas las instantáneas que estas réplicas dejan en las calles de Londres, donde “Salomé recibiendo la cabeza de San Juan Bautista” pintada por Caravaggio se encuentra entre los escaparates con luces de neón de un sex shop, o “el Rey Felipe IV” de Velázquez, sentado ahora en la fachada de un café, mira hacia el teatro donde puede verse el musical Cabaret.
Pero lo que no podían imaginar ni mi profesor de arte, ni los responsables de la National Gallery, es que en una gran ciudad como Londres, donde la gente está hecha a ver de todo tipo de cosas, y a circular a toda prisa, sin dejarse sorprender por nada, nadie se percata de la original idea y del intento desesperado del museo por hacerse un hueco en el agitado día a día de los londinenses.
A lo mejor mi profesor tenía razón en su idea de que el Arte debe estar en la calle, pero para chocarte con él, cosa que ha pasado por alto el famoso museo. Quizá debería ser algo que, de forma repentina, se cruza en tu rutinario camino hacia el trabajo, tu casa o el metro.
Un golpe en la cabeza, un codazo, una zancadilla que te haga reaccionar. Algo que se grabe en tu memoria para que después puedas contar aquello de “Sanson y Dalila”, los de Rubens, me han tirado al suelo.
Sólo son antiguas ideas de un viejo visionario que pretendía hacer del arte un deporte nacional, pero para ello es cierto que hay que inventar algo grande, porque la calle es muy dura, incluso para los mejores artistas.
Marg
Marg
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