miércoles, 20 de junio de 2007

Bodas

Yo pensaba que lo de las bodas iba en descenso pero en los últimos dos días he descubierto que nada más lejos de la realidad.

Primero fue la tarde interminable en la sala de espera del médico. Esa larga espera rodeada de desconocidos y de revistas aparentemente de actualidad aunque sean números del año 2004. Ahí estaba yo, aburrida, porque las noticias ya no eran noticias y la espera era eterna así que me entretuve en algo tan español como escuchar las conversaciones de los demás.

Después de orientar mi antena hacia retazos de conversación nada interesantes, sin ofender a nadie por supuesto, me quedé enganchada en la que mantenían dos chicas sobre sus respectivas bodas. Una que la acababa de celebrar, y la que la esperaba con ansia a dos meses vista.

La veterana ponía al día a su amiga sobre todas las cosas importantísimas que debía tener en cuenta. Por supuesto el tema del vestido, maquillaje sencillo pero impactante, el peinado y el largo etcétera de tradiciones heredadas con el paso del tiempo. Pero lo mejor de la conversación fue cuando llegó al tema de la distribución de los invitados en las mesas.

Quién no recuerda ese terrible momento, a quién sientas con el agrio de la familia, separar por lo menos a una distancia prudencial a las dos tías que hace años no se hablan, a los solteros, a los adolescentes, a la familia del novio, a los amigas de la novia… Me sorprendió la veterana que afirmaba que superó esa fase con la fácil solución de no asignar mesa ni silla a nadie, así cada uno se sentó donde le vino bien. Por supuesto no contó cómo se desarrolló la historia aunque pude hacerme una idea al oírla decir “no funcionó, parecía una feria”.

En fin. Pues que la gente se sigue casando chica. Pero hay algunos que por el afán de repetir la historia se la inventan. Lo que oyes. Hoy la prensa gallega se hace eco de la historia, por llamarla de alguna manera, de un coruñés que se casó con su novia…pero de mentira.

Al parecer el “pájaro” ya estaba casado. Así que convenció a un amigo suyo para que hiciera creer a los demás que poseía la facultad de oficiar matrimonios civiles. Organizó una boda con más de 50 invitados, se fue de viaje con la que se creía ya su mujer y a la vuelta del mismo le vació las cuentas bancarias.

La pobre chica le ha puesto una denuncia por estafa, y supongo que se habrá mudado de ciudad también, aunque me extraña que los invitados no le hayan denunciado también. La pasta que se habrán gastado en ropa y regalos para lo más parecido a una fiesta de disfraces.

Aún nos queda culebrón para rato porque ahora el avispaó del novio dice que ella estaba al corriente de que era una farsa, que sabía que él aún no estaba divorciado y fue una manera de “celebrar su unión”.

A mí me suena raro, la verdad, así que me trago más la versión de la estafa que la de una boda fingida. Qué descreída me estoy volviendo querida..

Merx

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