jueves, 19 de abril de 2007

El desencanto de Mauro


Aunque no estoy muy segura de cuáles son los factores desencadenantes de esta denominada “patología” del siglo en el que vivimos, lo cierto es que cada vez observo a más gente a mi alrededor con un rictus de desencanto en su cara.

En algún momento, no se sabe bien porqué, la gente abandona sus sueños. Algunos pensarán, al leer esto, que es la vida que llevamos la que nos lleva a rendirnos y abandonar la carrera antes de llegar a la meta. Otros, espero que los menos, que los sueños son cosas de la infancia que dejamos por el camino a medida que vamos creciendo.

Lo que está claro es que, en ocasiones, el abandono de los sueños parece la mejor salida para dejar de pelear, y dejarte llevar así por el ritmo del mundo que te rodea. Quizás me estoy poniendo demasiado existencialista, discúlpame, pero quería compartir contigo la sensación de desasosiego que me provoca esa renuncia en la gente que quiero.

Por esta razón, alguna vez, he sentido la necesidad imperiosa de zarandear a esos amigos para que despertaran de su letargo. Pero, para dejar la brusquedad a un lado, a lo mejor es más sencillo recordarles una serie de cosas que a todos se nos olvidan.

Por ejemplo. Que sepamos, porque nadie ha vuelto para contarnos lo que hay “al otro lado”, la vida se vive una sóla vez. Así que debemos esforzarnos por vivirla de la mejor manera posible. Olvidarnos de esa búsqueda de la felicidad que tanto proclaman los libros de autoayuda y disfrutar de los “momentos felices”, que son los que recordaremos cuando pasemos revista a nuestra historia.

Otro aspecto, y para mi el más importante, es el de no abandonar los sueños. Cuando hablo de sueños me refiero a esos deseos que sólo imaginarlos nos hacen felices y nos provocan un cosquilleo en el estómago. No tienen porque ser sueños ambiciosos, ni tan siquiera realistas, sólo basta con nuestra intención de alcanzarlos.

Todo esto, y muchas cosas más que seguro se te están pasando por la cabeza, es lo que voy a contarle a mi amigo Mauro. Quizás, así, consiga hacerle despertar de su letargo, modificar su semblante de desencanto y volver a imaginar una vida para vivirla. Porque, aunque digan por ahí que a la vida se viene a sufrir, hay que pelear contra una sentencia tan negativa y recordar todos los días eso de “yo no veo la vida pasar, la vivo todos los días como si fuera el último de mis días”.

Carpe Diem Mauro, carpe diem.

Merx

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