Ahora resulta que somos optimistas por naturaleza. O eso dicen un grupo de científicos que se han dedicado a estudiar las partes del cerebro relacionadas con el optimismo.
Fíjate que yo, en mi ignorancia, siempre había pensado en el optimismo como en un rasgo de la personalidad. Es decir que una persona podía ser optimista o lo contrario igual que podría ser simpática o antipática. Pues no.
A través de una resonancia magnética funcional del cerebro los científicos examinaron cómo se activaba en el mismo nuestra predisposición a esperar que sucedan cosas positivas aunque no exista ninguna razón “científica” para confiar que así sea. Así, al grupo de individuos participantes en el estudio se les hacía imaginar que en el futuro les tocaba la lotería o que su carrera profesional sería meteórica; de esta forma se ha comprobado que en determinadas zonas del cerebro, curiosamente las mismas en las que se había localizado el dolor y la depresión, se generaba más actividad.
Las conclusiones de este estudio son que cuando una persona es pesimista o está deprimida es porqué algo falla en esta parte del cerebro, es decir que no funciona como debiera ya que, por naturaleza, somos optimistas.
Así que ya ves, nacemos con la predisposición de ser felices y comer perdices. Lamentablemente algo ocurre por el camino que hace que pasemos de ver la botella medio llena a verla medio vacía. Y ese algo, mira tú por dónde, se ve claramente en nuestro cerebro además de en nuestra cara o en nuestra forma de vivir.
En fin, querida, ya sabes que siempre he defendido el optimismo. No digo yo que hoy en día sea fácil ser optimista, la verdad, pero hay que esforzarse igual que peleamos con las arrugas o el tráfico, o la pesadilla de la hipoteca.
Renegar con dureza del “menudo problema” o el “no puedo con mi vida”. Así que a los que comiencen a notar que en su cerebro se están cruzando los cables, que se rebelen.
Como dicen por ahí “a las penas puñalás”.
Merx
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