Acaba de llegar a mis manos una resolución judicial que más parece el guión de una película, aunque a estas alturas no sé si de Santiago Segura o de Quentin Tarantino. Vamos que no sé si gritar, reír o llorar.
Hay que remontarse a 1975 para cogerle el hilo a la historia de una pareja, José y María por poner un ejemplo, que en ese año se casaron por amor. Varios años de convivencia después, la pareja decide ponerse manos a la obra para traer al mundo a los churumbeles de rigor y tras nueve años sin conseguirlo deciden llevar a cabo todo tipo de pruebas para averiguar dónde está el fallo.
Los médicos concluyen que José es estéril debido a una enfermedad que padeció en su infancia, serían paperas digo yo, y de común acuerdo optan probar diferentes métodos sin ningún éxito. Ante esta situación, con el deseo irrefrenable de ser padres, y con el objetivo de que su matrimonio no se fuera a pique, José y María deciden que ella se someta a la fecundación in Vitro.
María le dice a su marido que va a realizar el tratamiento en el mismo hospital en el que ella trabajaba porque podía pedir ayuda a algunos de los médicos del centro, colegas suyos, y éstos se lo harían «en términos de favor, como amiga y colaboradora» que era de ellos. Con la ventaja de que así no sería necesario que José tuviera que acompañarla cada vez.
Hasta aquí todo podría parecer más o menos normal, si no fuera porque eso de no acompañar a tu mujer a tales pruebas suena un poco raro y porque en realidad María tenía un amante, amigo y asesor profesional del matrimonio, al que, sin pensárselo dos veces, le pidió que la inseminara de la forma tradicional, vamos sin tener que recurrir a los tubitos de marras y por supuesto ahorrándose varios miles de euros.
El caso es que como consecuencia de la clandestina relación de María con su donante particular, en 1989 nació la primera de las hijas, y en 1991 la segunda, supuestamente fruto de los avances de la ciencia y del virtuoso tubito.
Con el transcurso de los años José y María deciden separarse, una ruptura de mutuo acuerdo y para nada condicionada por el amante-donante, ya que hasta entonces José seguía creyendo en el milagro de la inseminación artificial. María y sus hijas se fueron a vivir, casualmente, al mismo pueblo del asesor familiar.
Fue al poco de separarse cuando José supo que había sido engañado durante diecisiete. Y fue el mismísimo padre biológico de las niñas, el amante-donante, su asesor, en un encuentro profesional con José quien le informó de los hechos y le confesó que las niñas y María vivían con él, porque él era el auténtico padre de sus hijas.
Para más INRI, José se enteró que las hijas sabían quién era su padre biológico desde hacía varios años y, sin embargo, nunca se lo hicieron saber. Incluso, cuando todavía vivían con él, llegaron a viajar a París y a Estados Unidos en compañía de su madre y el amante-donante-padre.
Como puede suponerse, José dejó de ver a sus hijas y cayó en una gran depresión. Llegó a sufrir el llamado síndrome de alienación parental, por la humillación a la que había sido sometido, así que, animado por la familia, acabó por denunciar a su mujer y al amante-donante.
Hoy, un juzgado de San Sebastián ha condenado a María y a su amante-donante a indemnizar con 117.000 euros a José por el grave daño moral que le han ocasionado.
Tremenda historia de mentiras que llevan a otras mentiras y que te encadenan de por vida. ¿No podía haber dejado María a su marido cuando se lió con su amante? ¿No podría haberle dicho la verdad al quedarse embarazada de su segunda hija? ¿Es necesario tanto daño?
¿Te imaginas? Diecisiete años, dos hijas, dos vidas, un amante, la madre de todas las mentiras…… La humillación no tiene precio.
viernes, 7 de noviembre de 2008
Engaño a la enésima potencia Publicado por Mujeres
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6 comentarios:
Joder! que mantuviera la mentira la mujer aún puedo llegar a comprenderlo pero ¿las niñas?. Pobre hombre. Yo tampoco entiendo por qué seguía con el marido... en fín, que disfrute de la pasta, que seguro que después de tantos años lo tendrá superado y le vendrá de perlas.
No se lo pagarán con nada a él, pero por lo menos a los confabulados les dolerá un poquito.
Una humillación parecida vi en una película de Jim Carrey (Irene, yo y mi otro yo) pero en este caso, los hijos hasta grandes tenían la convicción de que su padre era él (y eso que eran negros).
Me sorprende el juicio por algo tan subjetivo y psicológico: que tal engaño. No es justo llegar a tanto: suficiente tener el valor de decir "ya no te amo". Abrazos.
No sé cómo todos podían vivir con esa mentira. Se han dado muchos casos de mujeres que han tenido engañado a su marido con el tema de la paternidad pero los propios hijos....en quien va a confiar ya ese hombre...
He visto muchos casos de estos... En los rincones ocultos de mi casa... Secos, sin vida, cuelgan de una fina telaraña...
Nos empeñamos en hacer dificiles las cosas faciles...es una facilidad que tenemos.....
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