lunes, 12 de mayo de 2008

Heroína Sendler


Este es mi particular homenaje a Irena Sendler, una de esas mujeres que hacen grande al ser humano y que hoy ha fallecido en un asilo de la capital polaca a los 98 años. Una de esas mujeres a la que yo hubiera dado cualquier cosa por tener la oportunidad de sentarme a su lado, en su habitación luminosa donde, junto a sus recuerdos, nunca faltaban los ramos de flores y las tarjetas de agradecimiento; una de esas abuelas con una historia apasionante, una generosidad sin límites y la felicidad reflejada en la cara.

Hace un año descubrí la historia de Irena Sendler, una de esas vidas repletas de heroísmo desproporcionado y silencioso, e inexplicablemente desconocido y oculto fuera de Polonia y apenas reconocida en su país por algunos historiadores, ya que los años de oscurantismo comunista habían borrado su hazaña de los libros de historia oficiales. Y además, como explicaba la autora de su biografía “ella nunca contó a nadie nada de su vida durante la II Guerra Mundial, era muy discreta y se limitaba a hacer su trabajo y a ayudar a la gente”.

Descubrí al personaje gracias al engreído Al Gore, porque fue él quién se llevó el Premio Nobel de la Paz, mientras Irena figuraba entre las posibles candidatas, y entonces me sentí doblemente indignada y a la vez interesada en conocer algo más de su vida.

Irena, que llevaba años encadenada a una silla de ruedas, en parte debido a las lesiones producidas por las torturas a que fue sometida por la Gestapo durante la guerra, se sorprendía de la expectación que levantaba entre los que conocían su vida y cuando alguien acudía a conocerla, siempre decía: «Yo no hice nada especial, sólo hice lo que debía, nada más”.

Aquí te dejo su historia, contada por el periodista Ignacio Temiño, porque creo que vale la pena conocerla y sobretodo porque me devuelve la confianza en el ser humano en un momento en que el mundo se ha vuelto tan egoísta.

“ Irena Sendler fue siempre una mujer de gran coraje, muy influida por su padre, un médico rural que murió cuando ella tenía sólo 7 años. De él siempre recordaría dos reglas que siguió a rajatabla a lo largo de toda su vida. La primera: que a la gente se la divide entre buenos y malos sólo por sus actos, no por sus posesiones materiales; y la segunda: a ayudar siempre a quien lo necesitase.

Así la pequeña Irena se hizo mayor y comenzó a trabajar en los servicios sociales del ayuntamiento de Varsovia, al tiempo que se unía al Partido Socialista Polaco. Corrían los años 30 y destacaba en los proyectos de ayuda a pobres, huérfanos y ancianos. «Ella era de izquierdas, sí, pero de una izquierda que ya no existe, preocupada por las personas y por su bienestar», apunta su biógrafa, quien asegura que a pesar de ello siempre se situó bastante lejos de la política activa.

En 1939 Alemania invadió Polonia y el trabajo de Irena se hizo más necesario en los comedores sociales, donde también se entregaban ropas y dinero a las familias judías, inscribiéndolas con nombres católicos falsos para evitar las suspicacias de los soldados alemanes. Pero todo cambió en 1942, cuando las deportaciones se hicieron más frecuentes y los nazis encerraron a todos los judíos de Varsovia, unos 400.000, en un área acotada de la ciudad y rodeada por un muro. El gueto fue la tumba para miles y miles de personas, que morían diariamente por inanición o enfermedades. Irena estaba horrorizada y, como muchos polacos, decidió que había que actuar para evitar la barbarie que asolaba las calles de la capital.

Consiguió un pase del departamento de Control Epidemiológico de Varsovia para poder acceder al gueto de forma legal, donde entraba diariamente a llevar comida y medicinas, «siempre portando un brazalete con una estrella de David como símbolo de solidaridad y para no llamar la atención de los nazis». Una vez dentro, la joven trabajadora social entendió que el objetivo del gueto era la muerte de todos los judíos y que era urgente sacar al menos a los niños más pequeños para que tuviesen la oportunidad de sobrevivir. Fue así como comenzó a evacuarlos de todas las formas imaginables. Dentro de ataúdes, en cajas de herramientas, entre restos de basura, como enfermos de males muy contagiosos…, cualquier sistema era válido si conseguía sacar a los pequeños del infierno. Otra manera era a través de una iglesia con dos accesos, uno al gueto y otro secreto al exterior. Los niños entraban como judíos y salían al otro lado bendecidos como nuevos católicos.

La actividad de Irena era frenética, igual que el riesgo diario a ser descubierta por los soldados alemanes. «No hice todo lo que pude, podría haber hecho más, mucho más y haber salvado así a más niños», seguía lamentándose hasta hoy. Irena recordaba con amargura los momentos en que tenía que separar a los padres de los hijos. Sabían que nunca más se volverían a ver y la arrinconaban entonces con preguntas y deseos de condenado. «Por favor, asegúrame que vivirá, que tendrá un buen hogar», insistían las madres, presas de la desesperación entre los llantos de sus hijos. «Ella también era madre y sentía ese dolor tan profundo como si fuese suyo, de hecho lo ha sentido hasta su muerte y sufría con esos recuerdos».

Pero, ¿qué impulsaba a una joven madre como Irena a arriesgarse de esa manera? ¿Por qué lo hacía? «Se lo han preguntado cientos de veces. Ella simplemente lo hacía porque tenía un corazón inmenso, no hay nada más», explica su biógrafa, quien asegura que ni siquiera existían motivaciones políticas o religiosas. Una vez fuera del horror, era necesario elaborar documentos falsos para los niños, darles nombres católicos y trasladarlos a un lugar seguro, normalmente monasterios y conventos, donde los religiosos siempre tenían las puertas abiertas para los niños del Gueto. Irena apuntaba entonces en pedazos de papel las verdaderas identidades de los pequeños y sus nuevas ubicaciones, y luego enterraba las notas dentro de botes y frascos de conserva bajo un gran manzano en el jardín de su vecino, frente a los barracones de los soldados alemanes.

Allí guardó, sin que nadie lo sospechase, el pasado de los 2.500 niños de Gueto hasta que los nazis se marcharon.Ni siquiera las torturas de la Gestapo lograron que revelase jamás el lugar en el que estaban ocultos ni las personas que colaboraban con ella. Tampoco los meses que pasó en la terrorífica prisión de Pawlak, bajo el atento cuidado de los carceleros alemanes, quebraron su silencio.

No dijo ni una palabra cuando la condenaron a muerte, una sentencia que nunca se cumplió porque, camino del lugar de ejecución, el soldado la dejó escapar. La resistencia le había sobornado. No podían permitir que Irena muriese con el secreto de la ubicación de los niños. Así fue como pasó a la clandestinidad y, aunque oficialmente figuraba como ejecutada, en realidad permaneció escondida hasta el final de la guerra participando activamente en la resistencia.

Con el final del conflicto se desenterraron los 2.500 botes escondidos bajo el manzano, y los 2.500 niños rescatados del gueto recuperaron sus identidades olvidadas. La gran mayoría había perdido a sus padres, así que muchos fueron enviados con otros familiares o se quedaron con familias polacas, pero todos conservaron a lo largo de su vida un agradecimiento infinito a Irena Sendler. Tras los nazis llegó el comunismo y la aventura de Irena quedó olvidada entre las nuevas doctrinas.

Ella, que ya tenía dos hijos, volvió a ser trabajadora social y a su vida tranquila, sólo truncada por las pintadas, en la puerta de su apartamento, en las que le acusaban con necedad de ser «amiga de los judíos» o la llamaban la «madre de judíos». Ella callaba y nunca contaba nada de su pasado «por una mezcla de modestia y de temor a que le pudiera acarrear algún problema, comenta su hija, Janina, quien asegura que hasta hoy mantenía secretos y vivía como si estuviese en medio de una oscura conspiración.

Los niños sólo la conocían por su nombre clave Jolanta. Pero años más tarde cuando su foto salió en un periódico, por ser premiada por sus acciones humanitarias durante la guerra "Un hombre, un pintor, me telefoneó," dijo Sendler, "`Recuerdo su rostro', dijo, 'Eres tú quién me sacó del gueto.' Tuve muchas llamadas como ésa".

En 1965 la organización Yad Vashem en Jerusalén le otorgó el título de Justa entre las Naciones y se la nombró ciudadana honoraria de Israel. En 1999 unos estudiantes de Kansas se toparon con su historia y se quedaron estupefactos. Estaban frente a una auténtica heroína prácticamente desconocida, así que decidieron escribir una obra de teatro sobre ella. Se escenificó en iglesias y salones sociales de la comarca, asombrando y emocionando a todos los que tuvieron la oportunidad de verla. Uno de estos asistentes fue un profesor judío quien, impresionado, ayudó a los escolares a cumplir su deseo: ir a verla a Varsovia y agradecerle lo que había hecho por la Humanidad. Les dio un cheque de 7.000 dólares y les hizo una petición: «Contadme todo con pelos y señales a vuestra vuelta».

A partir de ese momento los reconocimientos y las visitas fueron aumentando considerablemente. La llegada de periodistas extranjeros, los cumplidos oficiales, agradecimientos de todo el mundo, las visitas desde Hollywood y, finalmente, la nominación para el premio Nobel, propuesta por el presidente polaco Lech Kaczynski con el apoyo de la Organización de Supervivientes del Holocausto.

Mientras, todos se preguntan cómo es posible que esta historia haya permanecido tantos años en el olvido y oculta, pese a las veces que se ha tratado el tema del Holocausto y de las personas que lo protagonizaron. Incluso sus amigas le recriminaban que nunca les contara nada sobre su heroísmo y sus hazañas de juventud. Sin embargo, ella seguía sonriendo en su silla de ruedas y enfadándose cuando alguien se atrevía a decir que era una heroína.

Porque Irena Sendler no era una heroína, según ella, sólo se limitó a cumplir con su deber.

Descanse por fin en paz, Irena.


Marg

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estaba llorando al terminar de leerlo. Si fueramos capaces de dar un poco de nosotros, de ayudar de pensar en los demás un poco y no solo en nosotros mismos podríamos hacer un mundo mejor. Gracias por haberme ayudado a conocer a esta MUJER, Se llamaba Irena, aunque podría haberse llamado Valentía.

Gracias. Es hermoso terminar el día con una historia así. ME ha tocado el corazón. Si me lo permites lo pondré en mi blog. Gracias de nuevo

Anónimo dijo...

Hola Marg. Me ha encantado y sorprendido esta entrada vuestra. Muy bien contada, por cierto. No tenía ni la más remota idea de esa mujer.
Tremenda y admirable su historia. Y eso que, según decía ella, sólo cumplía con su deber. Una pena que le arrebatara el premio Nobel el figurón del Al Gore.
Con vuestro permiso voy a poner una entrada con enlace en mi blog, pues el tema lo merece.
Saludos y que sigáis haciéndolo tan bien. Me gusta mucho leeros.

Anónimo dijo...

Gracias a los dos:
Por supuesto que podéis enlazar esta entrada. Creo que vale la pena dar a conocer este gran ejemplo de humanidad.
Un abrazo
Marg

Anónimo dijo...

Sencillamente hoy necesitamos muchas mujeres como Irena que amen a su projimo sin pensar en principios ni religion solo hacer el bien sin esperar recompensas pues llegara un dia sin que lo esperen

 

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